
La depresión y los pasajes maníacos.
¿Cómo hablar de la depresión hoy en día? Es complicado hablar de la depresión en algunas ocasiones, pues al hacerlo parece que colocamos una barrera entre nosotros y “el deprimido” existe un gran abismo de distancia entre nuestra persona y la depresión, y si llegamos hablar de ello es solamente como superado, nos vemos obligados a verlo como algo tajantemente ajeno, externo, fuera de nuestro cuerpo y de nuestra personalidad. En otras palabras es difícil hablar de la “depresión” porque al hacerlo remitimos a nuestra tristeza, a nuestros miedos y demonios personales.
El estar deprimido suele ser motivo de vergüenza, un estado o sensación que no está permitido, que por distintas “supuestas” razones no deberíamos de sentir. La palabra deprimido está relacionada con la condición de estar enfermo o loco, el deprimido es alguien que precisamente no es feliz o que no valora suficientemente aquellos aspectos positivos de su vida. Este modo de pensar a la persona deprimida tiene mucho que ver con la forma en que los profesionales de la salud, los médicos, psiquiatras, psicólogos o cualquier supuesto conocedor de la materia muestran a la persona triste. A esto se le suman los medios de comunicación mostrándonos que tenemos que ser felices comprando sus productos, redes sociales mostrando aquellos gratos momentos inolvidables o consejeros de cualquier tipo. Aunque este tema que puede extenderse para más, el punto esencial al cual quiero llegar, es a poder cambiar la mirada que tenemos sobre este fenómeno, la mirada que tenemos de nosotros relacionados con la tristeza, más que con la clasificación de estar “deprimidos” o ser “bipolares” y tomados por locos por el simple hecho de demostrar emociones cuando estamos tristes o felices. De romper con los prejuicios que tenemos sobre lo que debemos hacer o como debemos reaccionar ante situaciones difíciles de nuestra vida.
Hago una invitación a poder cambiar las maneras y formas que tenemos para enfrentar las adversidades, de darle un lugar a la tristeza como se le es otorgado a la alegría. Poder brindarle un espacio a las emociones con un aspecto supuestamente negativo y no mostrar constantemente el lado bueno o “positivo” de la moneda, ya de por si es difícil cargar con una situación de crisis, es aún más complicado “mostrar una sonrisa cuando quieres llorar”, citando una famosa frase popular; cuando realmente no se tiene que cargar con algo que no, nos corresponde cargar. Como es el caso de algunos adolescentes e inclusive niños, que al enfrentar los divorcios de sus padres o escenas de violencia de cualquier tipo en sus hogares, tienen que mostrarse fuertes ante estas situaciones. Como la de ser ahora “el hombrecito de la casa” o la hermana mayor que tiene que hacerse cargo de sus hermanos menores y ser “el ejemplo a seguir” o guardar silencio ante los golpes que papa o mama les propinan y “no llorar” negándoles un espacio para que ellos puedan expresar su sentir. Así hay muchas más historias más complicadas y a su vez tristes como las mencionadas para ejemplificar, son historias difíciles para cualquier persona sea cual sea la etapa de la vida en la que se encuentre.
Hay que prestar atención de nuevo en cómo se expresa día a día este fenómeno, como participamos como espectadores y actores en él. En mi generación, amigos, conocidos, compañeros y personas con las que alguna vez he llegado a platicar, he notado las mismas actitudes con las cuales hacen frente al dolor y la tristeza arrojándose a diversas actividades con la finalidad de evitar pensar en aquello que les duele, como tratar de moverse mucho por fuera para evitar concentrarse en lo interno, repiten frases como “yo no puedo estar triste, porque si me dejo caer no me levanto” y efectivamente en el momento de la caída no hay cosa que los levante, viviendo de extremo a extremo sus emociones de manera estricta, son completamente felices o completamente tristes no hay espacio para algo más o para otra emoción. Estas acciones suelen ponernos en ocasiones en el peligro, a involucrarnos en lugares de riesgo, a beber en exceso o consumir drogas cada vez más fuertes para evitar sentir, y a su vez nos relacionamos con otros que se encuentran en una situación similar y se repiten las mismas escenas de violencia, celos y control, cuando lo que se busca en realidad es alguien que arrope o pueda comprender lo que se vive. Mi propuesta no es terapéutica o solución del problema, simplemente es un cambio de posición, un giro tanto como adolescente que lo vive en primera persona, o padre alrededor de la situación e inclusive a los profesionales que apoyan en estas historias de vida. No dictar o determinar cómo debe sentirse o actuar, ofrecer una autentica escucha, no cargar más la espalda de quien se encuentra en esa posición, que tienen que mantenerse fuertes para que los demás no se derrumben. “Para llorar hay que tener la certeza de que el otro podrá recibir nuestras lágrimas” es momento de poder tener el valor para llorar y poder contener al que llora.